lunes, 25 de enero de 2010

LA MATANZA DE ADOLFO

IMAGEN DE FÉLIX CARGANDO PISTOLAS Y ADOLFO ENSEÑANDO A LAS GRULLAS EL CAMINO A LA PEREGRINACIÓN
Visto que hoy es lunes y la semana parece que será larga y dura, tomaremos un poco de aire contando las desventuras de un llanero acompañado, el cual en su montura blanca, hace las delicias de amigos, animales y algún que otro curioso que le pilla por el camino. Hoy dedicaremos nuestro capítulo a homenajear a alguien que con mucho tesón intenta seguir la senda del bien, olvidándose por un ratito de trabajo y complicaciones. Nuestro personaje en cuestión no es pájaro, no es un avión es SUPERADOLFO.

Ante tanto preámbulo y pandereta, nos metemos ya en materia especifica que es lo que nos interesa, y explicar el porque de tanta admiración hasta este personaje de realidad.

Ciertamente los ratos que pasamos con él son entrañables y de lo más divertidos, pero lo de esta semana colmo el baso del jolgorio.

Se lo perdió el cuñao, que este sábado curraba, pero en su lugar estábamos los de siempre, Félix y un servidor.

Dado que la mañana predecía agua, por el barro acumulado, y porque ciertamente estoy más quemado que la pipa, de un indio y un hippie juntos, decidí sobre todos y nos dirigimos a Cáparra. Craso error, por que aparte de haber mucho barro, había más agua, los caminos eran arroyos improvisados, y las ruedas parecían pinchadas, pero... lo de siempre en este tiempo.

Adolfo empezó la jornada tirando a saco, hasta tal punto que era incapaz de sobrepasarlo para indicarlo el camino a seguir, y dado que del oído anda algo tardo, pues él seguía y seguía, hasta que ya desistí y preferí esperar hasta que se pasara y le tocara dar media vuelta, como de costumbre.

Más pronto que tarde las fuerzas se fueron acabando, y fuimos entrando en materia de barro y agua, todo circulaba según el guión, hasta que al pasar por unas piedras, se le olvidó de decirlas que se apartaran y la bici le pego una coz que impacto contra tus partes nobles. Al verlo despotricar contra las piedras, Félix exclamó, este tío se ha vuelto loco, con quién estará hablando, pero pronto nos dimos cuentas que el primer trapajazo del día había hecho acto de presencia y tras una espera breve nos pusimos pies a la obra y continuamos.

A los pocos metros el mi pobre, en otro alarde de mala suerte pinchó, pero dado que el tubeless hizo su labor, y que su bomba era de poco fiar, preferí sugerirle, no sin sus airadas quejas, a las cuales no preste el mínimo caso, seguir la marcha.

Tras quejas y quejas debidas, a según él, la poca presión de la rueda, que le hacía hundirse en el barro, claro a nosotros no nos pasaba, solo a él; pues pasamos por un cercado de cochinos de buen ver, gordos, negros, belloteros, pero los cuales habían dejado el camino, o lo que quedaba de él, con una capa de estiércol de más de medio metro. A duras penas Félix y yo pasamos, pero el mí Adolfo, al ver tanto cochino junto y de tan buen ver, pensaría, "Joder y si pillo uno y me lo llevo para la matanza", y dicho y hecho y en un alarde de valentía acabo revolcado entre ellos. Y soy testigo de que los marranos salieron como alma que pierde e diablo, dejando tras de si unos olores que fueron a acabar todos en el cuerpo del protagonista.

Yo al principio, me preocupé pensando que el percance cochinero, podría haber tenido algún resultado más negativo, pero Félix montó en jolgorio y creo que hasta su casa se oían las risas gastadas a costa del pobre matancero.

Luego nos comento que no es que quisiera hacer matanza con los cochinos, es que su rueda se había torcido al pegar con una piedra y claro acabo en el suelo. Las risas de Félix ya superaron los 90 decibelios, !Pero como se van a doblar unas ruedas que aguantan la presión de un impacto con un coche!.

Parece que la explicación bastó para seguir el camino, que sino puedo decir que empeoró, si continuó imposible, llegando a charcos que acabaron con los tres metidos de patas en ellos, el agua por cima de las rodillas y las quejas del pobre Adolfo que decía que la culpa era nuestra.

Ahí si le tengo que dar la razón porque a pocos retrasados se les ocurre bañarse semana tras semana en barro y agua a poco mas de 5 grados.

Ya llegados, al fin a Cáparra, tirando de mochila, saco la bolsa típica navideña, pero que para él es semanal, de mazapanes y turrones, que esta semana había aumentado con higos y nueces.

Tras llenar el buche con los manjares, proseguimos ya sin peripecias hasta Plasencia, sin más cosas interesantes que contar, salvo que por segunda semana consecutiva hay un pájaro revolandero que se está acostumbrando a anidar en mi cabeza en los últimos km.

Solo espero que no crezca.


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