lunes, 30 de noviembre de 2009

Entró el invierno y a esperar tiempos mejores

Si algo no me gusta es levantarme a las 7 de la mañana mirar por la ventana y ver que esta diluviando. El viento no me da miedo, el frío tampoco, el agua menos, pero cuando ese agua se mezcla con viento y frío suele desembocar en nieve o ventisca, y esto ya si que jode. Y parece que según noticias, las cuales estaba esperando, lógicamente, por la época del año en la que estamos, parece que por fin el invierno se ha metido en nuestras vidas.
No vamos a dejar de salir por supuesto, pero la verdad no es lo mismo. Ahora la flaca la tengo aparcada, y salvo algún paseíllo con la peña, dudo mucho que hasta que llegue primavera me atreva a aventurarme en subir ningún puerto, y menos aún de esos de entidad que tanto nos gustan.
En su lugar la "Spark", está cogiendo su sitio. El sábado decidimos hacer una ruta que llevaba con ganas de enseñársela a los colegas, "Pinos de Serradilla-Monfrague-La Venta", y aunque no la hicimos desde Plasencia, como a mí me hubiera gustado, decidimos salir de la estación de Monfrague, quitándonos así una hora de ida y otra de vuelta. Al final la aventura resultó como casi siempre, gratificante. Pistas muy buenas para la mtb, con subidas fuertes y bajadas para arriesgar, un rompe piernas en todas las condiciones.
Pensé, como siempre con ilusión, que alguno más se uniría al grupo de costumbre, porque en la reunión del viernes noche de la peña, se veían buenas intenciones y muchas preguntas sobre la hora de salida del sábado. Nada de nada, alguno que otro que como se dice en el refrán "por la noche vamos a Madrid y por el día nos quedamos aquí". Al final ni Adolfo vino, no se que celebración tenía y va la segunda semana sin coger la mtb. Nos juntamos los que no fallamos nunca Félix y yo, y el cuñao que esta semana no trabajaba.
El paseo nos deleito con una niebla que nos caló desde las orejas a los tobillos, pero eso es lo de menos, el paisaje de lo más sorprendente de las sierras de Monfrague, solo roto por el ruido de las cubiertas al chocar con las piedras y por un interminable grilleo que se me ha colocado en el freno delantero y que no se va ni a palos, tanto es así que algún ciervo al sentirlo se levantaba de su encame y no tenía por más que asomar la gaita a ver que pasaba a su alrededor, sorprendido por aquel extraño sonido que jamás habían oído.

Ya el domingo y tras haber caído en dos horas lo que no había caido en todo el otoño, miré por la ventana, llamé a Félix y le dije, "Tío ha dejado de llover, vámonos a dar una vuelta antes de que empiece de nuevo", y así lo hicimos subiendo a Cabezabellosa, mezclándonos con niebla y barro, llegando a pasar desapercibido incluso para los coches, los cuales al cruzarse con nosotros miraban sorprendidos y seguro pensaban " A estos los pagas y no lo hacen".
Tras una conversación con los dos de los cuatro cabreros que quedan por la zona, decidimos bajar raudos a los llanos de la isla, ya que la lluvia estaba empezando a hacer acto de presencia y con ella casi seguro la nieve.

La tarde se paso entre un ratito de caza con Ignacio, en la cual no hicimos nada, y arreglar y limpiar la Spark, que tenía más barro que una cochinera, dejándola preparada para la próxima aventura.

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